FOTO: ISABEL MATEOS /CUARTOSCUO.COM
Tenemos tierra. Hay que cuidarla, porque nos da el alimento para la vida. La tierra es nuestra madre; genera nuestro bienestar. Debemos tratarla con amor para que nos dé una vida digna. Sin tierra, no hay alimento.
México fue autosuficiente alimentariamente desde el siglo XIX hasta la séptima década del siglo pasado; además obtenía grandes divisas por la exportación de alimentos.
En la actualidad –resultado de las políticas neoliberales– importamos la mitad de los alimentos. Asimismo, lo que producimos para exportar es para satisfacer el mercado de Estados Unidos: tequila, aguacate, frutos rojos, mezcal, pimientos y tomates. Nuestra producción no se orienta a satisfacer las necesidades de la familia mexicana; estamos sujetos a los dictados de Washington y del dios mercado.
Tengamos en cuenta que no se puede hablar de soberanía económica sin soberanía alimentaria. Y sin soberanía económica, no existe plena soberanía política, ni auténtica soberanía nacional. Por lo tanto, necesariamente debemos transformar esta situación y considerar lo que el país requiere y la forma de producirlo en armonía con la tierra.
Tenemos mano de obra suficiente para trabajar la tierra. Debemos crear las condiciones para que aumente la cantidad de productores agrícolas en México. Hay que conseguir que se puedan quedar en el país y no se vean obligados a emigrar a tierras lejanas.
En esos viajes, desgarran a sus familias, arriesgan su seguridad y pierden su libertad para convertirse en “ilegales” para ir a cultivar una tierra que era nuestra, pero que nos robó el agresivo vecino del norte.
En nuestra tierra, hay 100 millones de personas en edad de trabajar. Sólo tienen o se empeñan en conseguir trabajo 60 millones, de los cuales sólo 5 millones 500 mil trabajan en el campo.
Con un programa que arraigue a nuestra tierra a los trabajadores, en el que se fomente el desarrollo comunitario, podríamos duplicar las manos campesinas que trabajan la tierra, y así contar con una basta y suficiente producción.
De casi 200 millones de hectáreas de territorio mexicano, sólo se siembran 18 millones y se irrigan únicamente 6 millones. Podemos sembrar y regar el doble, si se aprueba un nuevo artículo 27 constitucional y una Ley General de Aguas que tire a la basura la ley vigente de Carlos Salinas de Gortari. Si se implementa un poderoso programa de desarrollo rural y comunitario nuestra tierra dará grandes frutos.
Generar empleo y desarrollo cuesta, pero sí hay dinero. Basta con aumentar los impuestos a las corporaciones –México sólo cobra el 14 por ciento del producto interno bruto (PIB), cuando el promedio de los países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es del 34 por ciento–, además de establecer un impuesto a las grandes fortunas que han tenido un crecimiento desmedido en los últimos años.
También, es necesario suspender el pago de la deuda. En este año, suma 1.4 billones de pesos. Es indispensable auditarla y disminuir esa enorme carga que se lleva recursos sustanciales. Habrá dinero suficiente si se toman estas tres medidas.
Por eso, en cuanto al trabajo, tierra y agua, debemos considerar el problema, de no menos importancia, de los fertilizantes que inciden en el aumento de la productividad agrícola para garantizar el suministro de alimentos. Es importante que se empleen sustancias que aporten nutrientes y que mejoren el suelo; además de propiciar un desarrollo adecuado de los cultivos.
En cuanto a los fertilizantes, México es deficitario y tiene que importar grandes cantidades. No siempre ha sido así. Es importante recordar que la industria mexicana de fertilizantes pasó a manos del Estado en 1970, a través de Fertimex. Durante 22 años, produjo, comercializó y abasteció a productores nacionales agrícolas de manera casi autosuficiente. Satisfizo la demanda del mercado interno.
En 1982, contaba con 64 plantas productoras de fertilizantes. A finales de 1980, producía 3 millones de toneladas. Sin embargo, a partir de 1992, es privatizada por el gobierno neoliberal de Carlos Salinas de Gortari. Además, se vendieron las plantas a diferentes compradores.
La industria se vino abajo. La privatización provocó que México dejase de ser autosuficiente en la producción de fertilizantes. Ahora, tenemos que importar este insumo agrícola. Un elemento más para constatar el impacto negativo de las políticas privatizadoras.
Salinas vendió las plantas a precio de regalo. La Unidad de Pajaritos de petroquímica fue liquidada por 151 millones de dólares; muy por debajo de su valor contable. Fue ofertada en un paquete de trece unidades por 317 millones de dólares, a distintos compradores para fragmentar la agroindustria.
Estas políticas neoliberales se aplicaron de forma consciente para favorecer a corporaciones extranjeras y golpear la soberanía alimentaria del país. Eso fue al seguir los planes de Washington y de sus corporaciones ávidas de controlar nuestro mercado y nuestro sector agropecuario para hacernos dependientes alimentariamente, con fines económicos y políticos.
Actualmente, estamos importando alrededor del 65 por ciento de los fertilizantes que se utilizan. En 2021, México consumió 5 millones 400 mil toneladas de fertilizantes.
En 2022, el consumo fue de 6 millones 500 mil toneladas, de las cuales 4 millones 800 mil fueron importadas, un aumento en relación con las 4 millones 100 mil toneladas importadas en 2019, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) y el Servicio de Información Agroalimentaria.
Esto significa una sangría económica. En 2021, las importaciones de fertilizantes sumaron 1 mil 430 millones de dólares. En 2024, totalizaron 1 mil 537 millones. El año actual también aumentaron, con un incremento del 18.2 por ciento en enero de 2025, en comparación con el mismo mes del año anterior, según La Jornada.
En lugar de producir nuestros fertilizantes, alrededor del 30 por ciento lo importamos de Rusia, que se ubica a 10 mil kilómetros de distancia; alrededor del 20 por ciento de China, que está a 12,000 kilómetros; y el resto, de Estados Unidos, Indonesia y Noruega.
El gran problema es que son fertilizantes sintéticos. Los principales fertilizantes nitrogenados usados en la agricultura son: urea, sulfato de amonio y nitrato de amonio. Todos los principales fertilizantes nitrogenados usados en la agricultura tienen efectos negativos: la urea se extrae del gas natural; el sulfato de amonio y el nitrato de amonio son sintéticos.
La urea destaca como el fertilizante nitrogenado más utilizado en el mundo. Aunque es la fuente que mayores pérdidas de nutrientes puede tener antes de ser absorbido por el cultivo. El mismo asimila apenas un 30 por ciento.
Es tan inestable que antes de que la planta los absorba ya se volatilizó a la atmósfera e infiltró en suelo y subsuelo el 70 por ciento. Como consecuencia. contaminan el suelo y los mantos freáticos, los ríos, lagos y mares, donde producen el sargazo que amenaza nuestras costas.
Además, muchos de los componentes de los fertilizantes se extraen de la minería contaminante, por ejemplo, el fosfato se obtiene de la roca fosfórica; el potasio, de la carnalita y silvinita, etcétera. Actividad que conlleva un gran impacto ambiental como la tala de bosques y otras formas de afectación a la biodiversidad.
Las plantas que producen amoniaco dañan el ambiente puesto que el amoniaco se volatiliza y se convierte en un gas de efecto invernadero. Estas plantas petroquímicas producen azufres que contaminan y permanecen en el ambiente.
En la búsqueda de aumentar sus ganancias, el modelo globalizador, junto con las corporaciones agroindustriales, impulsan cultivos a gran escala y el nocivo monocultivo, para el cual el nitrógeno es de fácil absorción, pero con consecuencias dañinas a mediano y largo plazo.
Sin embargo, el nitrógeno es un nutriente elemental en el desarrollo de los cultivos. Este macronutriente se puede obtener de forma muy beneficiosa de los biofertilizantes.
Es urgente y necesaria una estrategia biológica natural para reintegrar al suelo los nutrientes; la materia orgánica que mantenga la salud del suelo con la liberación lenta de carbono y la generación de microorganismos.
Los fertilizantes sintéticos no sólo empobrecen y deterioran los suelos, sino también agudizan el cambio climático. Los derivados del petróleo y sus plantas que producen fertilizantes requieren generar mucha energía adicional, cuando es mejor utilizar fertilizantes naturales.
Éstos retienen nutrientes sin ocasionar los principales efectos ambientales que causan la aplicación de los fertilizantes nitrogenados, como la contaminación de las aguas por nitratos y la emisión de gases a la atmósfera.
Es necesaria la nutrición vegetal y un suelo sano. Se debe tomar en cuenta que los microorganismos son parte del suelo y que los fertilizantes minerales sólo nutren a la planta. Por otra parte, el abono ayuda al suelo, así como la lombricomposta húmeda, y desde luego, el abono con nuestros desechos orgánicos.
No deberíamos importar fertilizantes de países lejanos cuando cada comunidad puede generarlos. Antes de la invasión española, cada calpulli (comunidad) producía sus alimentos en la milpa: maíz, frijol, calabaza, chile, etcétera, al usar su propio abono natural: excremento humano y animal, además de los restos de cosechas. Y eran autosuficientes, así devolvían a la tierra lo que la tierra les daba.
El modelo occidental de suprimir los baños secos y usar drenajes que contaminan el agua y la expulsan hacia ríos y mares es irracional. Al cambiar este modelo, en cada comunidad se pueden producir sus bio-fertilizantes, que proporcionan a las plantas los nutrientes necesarios para su desarrollo. Al mismo tiempo, mejoran la calidad del suelo y ayudan a conseguir un entorno microbiológico óptimo y natural. Adicionalmente, pueden generar empleos.
En los últimos años, los campesinos están recibiendo fertilizantes del gobierno, que son químicos e importados. ¿Por qué no generar programas para que sean autosuficientes? Pequeños productores, cooperativas, en cada ejido y parcela, a nivel familiar y comunitario podrían producir sus abonos naturales.
En su ensayo La paradoja de la Soberanía alimentaria, los biólogos Mario Domínguez-Gutiérrez e Itzel Moctezuma Pérez, indican: “la biofertilización es un paradigma sostenible” [1]
La fertilización orgánica es posible, y sobre todo, barata. No necesitamos el gas de Rusia en las cantidades que importamos, ni explotar la roca fosfórica de Marruecos y China, o a los sedimentos marinos que empiezan a verse como oportunidad.
Esta forma de industria alimentaria ha sido implementada por las corporaciones para su beneficio económico, sin importarles la nutrición real de la población; y menos, la conservación ambiental.
Para acumular ganancias moldean hábitos de consumo insanos que van contra la salud, porque otro de sus negocios es el farmacéutico. Nos alimentan con comida chatarra y nos enferman para luego hacer gran negocio con los medicamentos para las enfermedades crónicas.
Es necesario cambiar de modelo agropecuario; fomentar el desarrollo local, regional y nacional; y emplear personas para la fertilización agroecológica efectiva y sostenible.
Cada gobierno a nivel municipal, estatal y nacional debe comprometerse en la transformación de residuos orgánicos que son una magnífica fuente de nitrógeno orgánico; además de recuperar el suelo; conservar el agua; reforestar; nutrir orgánicamente nuestros cultivos; ocuparse en fomentar la conciencia de la bondad de usar los abonos naturales; implementar los baños secos; y que se generalicen el uso de los residuos orgánicos y las lombricompostas.
Tengamos en cuenta que fomentar la nutrición con productos orgánicos lleva a mejorar nuestra salud y evitar enfermedades crónicas, el cáncer u otros males.
Desarrollemos en México la producción en gran escala de fertilizantes agroecológicos. Es momento de impulsar una nueva forma de vida que ayude a la relación armónica entre los seres humanos y con la naturaleza. Es hora de construir una vida con agua limpia, tierra fértil y trabajo digno en el campo. México debe y puede tener soberanía alimentaria, fundamental para la soberanía nacional y para el bienestar de la población.
Referencia
[1] Moctezuma-Pérez, I Domínguez-Gutiérrez, M 2022. “Fertilizantes: la paradoja de la soberanía alimentaria en México”. Contralínea 21(825). 11 de noviembre 2022
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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