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Con la muerte del papa Francisco, no sólo la comunidad católica está de luto. Al duelo universal, se unen millones de campesinos, trabajadores, indígenas y desposeídos, a los que el pontífice invitó a abandonar su autocompasión para que, con el evangelio de Cristo en la mano, lucharan por sus reivindicaciones y su derecho a la “Tierra, Techo y Trabajo”.
El pontífice encabezó el histórico Encuentro Mundial de los Movimientos Populares (EMMP), en octubre del 2014, difundido por los medios del Vaticano, en cinco idiomas.
Desde su llegada al trono papal, en marzo del 2013, el papa Francisco empezó a librar una inédita batalla por devolver su esencia al Evangelio cristiano y recuperar los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia Católica.
Por décadas, la derecha eclesial abandonó los principios de humildad y la defensa de los que menos tienen. Se volvió parte del deshumanizado capitalismo y la oligarquía internacionales.
Ese club de multimillonarios a los que sus antecesores extendieron bendiciones a su estatus de riquezas y privilegios, y cerraron los ojos ante esa ambición de ganancias desmedidas que generaron en las últimas décadas, 3 mil millones de pobres en campos y ciudades.
Esos desposeídos fueron a quienes Jorge Mario Bergoglio, el nuevo Vicario de Cristo, abrió las puertas de la Santa Sede por primera vez en siglos. Escuchó sus palabras y expresó su solidaridad en la defensa de su derecho a la tierra, al trabajo digno y a la vivienda.
La alianza pactada entonces en Roma con los marginados del mundo fue calificada por Francisco como “el viento de la protesta que se convierta en vendaval de la esperanza”.
La presencia de líderes de organizaciones sociales de los confines del planeta, entre las que estuvo el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), puso a temblar a muchos cardenales y obispos de la ultraderecha católica, quienes por años desligaron el evangelio cristiano del dolor y las injusticias a los pobres.
Desde su llegada al trono de Roma, el nuevo papa se rehusó a ser parte de los lujosos protocolos; prefirió situarse en un ámbito de humildad. También, expresó su solidaridad con los migrantes abusados en el mundo.
Demostró su apoyo a la comunidad LGBT+. Y dio una lucha frontal a los pederastas, quienes encubiertos tras las sotanas, gozaban de impunidad ante sus víctimas.
La iglesia católica enfrentaba una crisis de credibilidad por casos vergonzosos, como Marcial Maciel o el excardenal en retiro de Washington, Theodore McCarrick. A este último lo despojó de su investidura. Fue algo que ningún papa se había atrevido.
Las corrientes ultraconservadoras del Vaticano escucharon absortas las denuncias que campesinos e indígenas hicieron de muchos gobiernos cómplices durante el EMMP.
Hablaron sobre la protección de los intereses del gran capital, las cuales han criminalizado las luchas sociales por la defensa de las comunidades y los territorios.
Los pueblos originarios se enfrentan al sentido depredador de los agronegocios, que no buscan alimentar a las poblaciones, sino aumentar la ganancias de las multinacionales, al imponer cultivos transgénicos, en aras de una mayor productividad. Sólo generan hambre y pobreza.
En el encuentro mundial, se expusieron el despojo y el acaparamiento de la tierra, el agua, los recursos naturales como la minería y hasta el aire utilizado para proyectos eólicos de generación de energía eléctrica ante el papa Francisco.
Todo ello ha permitido el avance desbocado del gran capital sobre el campo y sus comunidades. Asimismo, han arrebatado a millones de campesinos e indígenas su derecho a la tierra, la conservación de sus culturas milenarias y su obligado desplazamiento.
De igual manera, en su encíclica de las Tres T, el Vicario de Roma habló del derecho de millones de familias a tener un techo:
“Lo dije y lo repito: una casa para cada familia. Nunca hay que olvidarse que Jesús nació en un establo porque en el hospedaje no había lugar, que su familia tuvo que abandonar su hogar y escapar a Egipto, perseguida por Herodes. Hoy hay tantas familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien porque la han perdido por diferentes motivos. Familia y vivienda van de la mano”.
Además, el pontífice denunció que “hoy vivimos en inmensas ciudades que se muestran modernas, orgullosas y hasta vanidosas. Ciudades que ofrecen innumerables placeres y bienestar para una minoría feliz… Pero se le niega el techo a miles de vecinos y hermanos nuestros, incluso niños, y se les llama, elegantemente, ‘personas en situación de calle’. Es curioso cómo en el mundo de las injusticias abundan los eufemismos. No se dicen las palabras con la contundencia y la realidad… Una persona segregada, una persona apartada, una persona que está sufriendo la miseria, el hambre, es una persona en situación de calle: palabra elegante, ¿no? Ustedes busquen siempre, por ahí me equivoco en alguno, pero en general, detrás de un eufemismo hay un delito”.
En el encuentro de octubre de 2014 con los desposeídos del planeta, el papa Francisco hizo tambalear las dobles morales de los oligarcas neoliberales que, como dijo, han “puesto al Dios dinero por encima del hombre”, al convertir el sagrado derecho al trabajo en una mercancía, dentro de la ominosa cultura “del descarte”:
Expuso entonces que “no existe peor pobreza material, me urge subrayarlo, no existe peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo. El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables; son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre si el beneficio es económico […]; son efectos de una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.
“Hoy, al fenómeno de la explotación y de la opresión se le suma una nueva dimensión, un matiz gráfico y duro de la injusticia social; los que no se pueden integrar, los excluidos, son desechos, sobrantes. Ésta es la cultura del descarte y sobre esto quisiera ampliar algo que no tengo escrito pero se me ocurre recordarlo ahora. Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, al centro de todo sistema social o económico tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el denominador del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores”.
La pérdida de este hombre sencillo y cálido, que predicó con el ejemplo la verdadera doctrina de Cristo, debe hacernos reflexionar sobre su encíclica de “Tierra, Techo y Trabajo”.
Sobre todo en el actual contexto global, donde el capitalismo salvaje –con Donald Trump a la cabeza– busca pisotear a los migrantes y a millones de campesinos, trabajadores y campesinos del mundo, al negarles el derecho a un nivel decoroso de vida. Qué en paz descanse, Jorge Mario Bergoglio, nuestro querido papa Francisco.
Martín Esparza Flores
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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