A 700 años… hora de conocer México-Tenochtitlan

A 700 años… hora de conocer México-Tenochtitlan

FOTO: VICTORIA VALTIERRA/CUARTOSCURO.COM

México-Tenochtitlan fue una de las ciudades más impresionantes y bellas del mundo; sin embargo, fue destruida por la devastadora invasión española. Pasaron más de tres siglos y medio para que se comenzarán a encontrar las ruinas de la antigua y maravillosa ciudad que yacía bajo los edificios de los colonizadores.

En 1900, Leopoldo Batres junto con varios trabajadores, rescataron 56 metros cúbicos de la fachada oeste de la plataforma del Templo Mayor, pisos de la Plaza Oeste y Edificio O, sin adivinar que ahí estaban los antiguos vestigios.

En 1914, Manuel Gamio fue el primero en definir que era ahí donde se encontraba el Templo Mayor. Posteriormente, exhumaría secciones de la esquina suroeste de la pirámide, pertenecientes a las etapas III, IV, IVa, IVb y V; actualmente datadas para el periodo 1430-1486 después de Cristo.

Entre 1967 y 1970, se encontró una teocalli (pirámide) dedicada a Ehécatl, un vestigio ceremonial de un calpulli mexica; además de otros restos arqueológicos en la estación del metro Pino Suárez. A partir de 1978, con el hallazgo fortuito de la escultura de Coyolxauhqui, comenzó un amplio rescate del Templo Mayor que culminó en 1982.

Desde entonces, se han encontrado vestigios mexicas en esa zona y en áreas aledañas. En 2006, se encontró el monolito de Tlaltecuhtli; luego, en 2015, se identificó el Huei Tzompantli, muro ritual de cráneos.

Más tarde, en 2017, se halló el templo de Ehécatl-Quetzalcoatl y una sección del Juego de Pelota. Y en 2024, en la avenida Chapultepec, se detectó un muelle y canal precuauhtémico. Así, poco a poco, se encuentran restos de lo que fue una impresionante y colorida ciudad.

Actualmente, se puede visitar el Templo Mayor y su museo. A un lado de la calle Manuel Gamio, existe una ventana arqueológica para contemplar el gran basamento mexica en República Argentina. Existen huellas precuauhtémicas en la Catedral Metropolitana abajo del Sagrario. Y en Monte de Piedad 7, hay fragmentos del Palacio de Axayácatl.

Abajo del museo de sitio del Centro Cultural España en República de Guatemala 18, hay vestigios del Calmécac de Tenochtitlan. En esa misma calle, en el número 24, se ubica el gran Tzompantli. Y en el número 16, hay vestigios del Templo de Ehécatl y del juego de pelota. En República del Perú, hay rastros de un recinto mexica de habitantes del calpulli Colhuacatonco.

En la calle de Talavera 24 en la Merced, existen restos de un temazcal precuauhtémico en el antiguo calpulli mexica de Temazcaltitlan. Asimismo, en Tepito 40, hay vestigios arqueológicos. En Lorenzo Boturini 238, Colonia Tránsito, se han explorado chinampas y canales. En Moneda número 2, hay restos de aposentos posiblemente asociados al templo de Tezcatlipoca.

La destrucción de Tenochtitlan se puede comparar con la que los sionistas practican en la Franja de Gaza. Asimismo, el genocidio contra los mexicas, es similar al que los sionistas comenten en contra de los Palestinos.

De Tenochtitlan, no sólo quedan ruinas, escombros, vestigios físicos, que van saliendo a la luz en las últimas décadas, queda lo más importante: el legado de la gran cultura de México-Tenochtitlan.

La grandeza de esta civilización fue devastada, enlodada y calumniada durante siglos hasta la actualidad. A tal grado que su verdadera naturaleza y características son desconocidas para la mayoría de la población en México.

Esto fue causado por siglos de dominación colonial. Por lo que hoy, más que nunca, es necesario conservar la memoria histórica y desarrollar nuestro propio punto de vista; ajeno al del eurocentrismo dominante.

A 700 años de la fundación de Tenochtitlan, es momento de reconocer con profundidad nuestros orígenes y su grandeza. Debemos conocer más a fondo su organización y funcionamiento único en el mundo; mismo que resolvía los problemas de la vida de cientos de miles de habitantes de una forma armónica. Debemos dar a conocer esa experiencia con gran entusiasmo.

FOTO: CUARTOSCURO.COM

Es de reconocer la grandeza urbanística y arquitectónica, la ingeniería, la ciencia, el arte pictórico y escultórico, lo astronómico; además de lo relativo a la salud y educación, que se desarrolló en Mexico-Tenochtitlan. También es fundamental informarnos sobre su particular sistema económico, político y social, el cual dio pie a esta magnífica cultura, que no surgió de la nada.

El pasado de los pueblos del Anáhuac es como el de los pueblos de este sufrido continente: invadidos, derrotados, secuestrados y perseguidos hasta el exterminio.

Los escasos sobrevivientes fueron sometidos por el terror; sujetos a la explotación, represión y a la censura de la Inquisición y de la corona durante la colonia. Bajo este cruel contexto, no pudieron seguir desarrollando su cultura, su forma de ver el mundo y de relacionarse con él.

Los hechos acontecieron de forma tan avasalladora que se impuso un sólo discurso y se oyó una sola voz: la de los mismos invasores que causaron una hecatombe.

No sólo destruyeron, quemaron, saquearon y esclavizaron. También, se encargaron de dar golpes demoledores a nuestra identidad y a nuestra autoestima como pueblo. Impusieron a sangre y fuego su versión hispanista de nuestro pasado, con el objetivo de dejarnos a la deriva sobre nuestro futuro.

Solamente si logramos saber nuestra historia real podremos entender cómo vivían y se relacionaban nuestros pueblos. Cuál era verdaderamente su filosofía; cómo se organizaban; y cuál era el papel de México-Tenochtitlan entre los demás pueblos del Anáhuac.

Nuestra cultura era absolutamente original y diferenciada de la euroasiática. Teníamos nuestras propias formas de organización e instituciones singulares. Los invasores españoles, hombres nacidos en el siglo XV, tenían una mentalidad medieval y los escasos conocimientos de la época. Estaban presos en un andamiaje de intereses que tenían que defender a toda costa.

Sólo habían conocido las instituciones europeas y de lo que se ocupaban era de apoderarse del oro y las riquezas; de la tierra y las mujeres; de obtener fama y honores. No podían ni querían interesarse y comprender nuestra sabia cultura. Eso sí, estaban empeñados en mostrarnos como salvajes, con gobiernos imperiales y tiránicos, como seres primitivos y crueles, así tapaban sus propios crímenes y justificaban su “conquista”.

Así pues, la historia que narraron los europeos, centrados tan sólo en su cultura e ignorantes de la nueva realidad que encontraron, describió imperios, emperadores, tiranos, caníbales, señores, vasallos, esclavos, todo lo que conocían en Europa y Asia, cuando aquí teníamos nuestro propio y original sistema político, económico y social. Ni siquiera existía la propiedad privada y la sociedad funcionaba comunitariamente.

Desgraciadamente, a 500 años del asesinato del último tlahtoani mexica, Cuauhtémoc, en círculos oficiales se sigue repitiendo la Historia oficial que data de los años de la invasión: los dichos de Hernán Cortés y de la soldadesca que llegó a asolar nuestras tierras, como Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia, etcétera. Mientras tanto, Bartolomé de las Casas se le desestimó, y sus escritos fueron señalados de ser una falsa “historia negra”.

A partir de 1524, a nombre de la Iglesia, llegaron sacerdotes con su visión cerrada del mundo, sus dogmas y limitaciones; además de amenazados y censurados por las altas autoridades eclesiales.

Su misión y su mentalidad era la de adoctrinar. Bernardino de Sahagún que se ocupó de estudiar las antiguas costumbres, tenía como divisa: “conocer para extirpar”. Y, aun así, su obra fue censurada tres veces por la Corona antes de ser publicada.

FOTO: SELENE PACHECO /CUARTOSCURO.COM

Se entiende que, durante el dominio español de 300 años, sólo se oyeran las voces hispanistas. Sin embargo,  luego de 200 años de independencia, es inaceptable que se sigan imponiendo esas voces.

Ahora el más interesado en que no recuperemos nuestra memoria histórica, que no rescatemos nuestra dignidad y ni conozcamos nuestras antiguas costumbres es el imperio yanqui.

Quiere borrar la memoria de una cultura que buscaba la autonomía, la autosuficiencia, los acuerdos pacíficos y la independencia de cada pueblo. Ellos se empeñan en hacernos creer que siempre han existido los imperios y que no se puede vivir sin uno encima. Y siguen llamándonos “salvajes”.

México-Tenochtitlan no era la cabeza de un imperio, sino de un sistema de alianzas entre los pueblos para desarrollar el comercio; la legislación para el arreglo pacífico de los conflictos; el intercambio de tecnologías y de conocimientos espirituales; además de la defensa frente a las agresiones externas.

Era la cabeza de una triple alianza: Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba o Tlacopan, a la cual se adherían una treintena de pueblos en un extenso territorio.

Entre los tres aliados, se repartían funciones y la coordinación con otros más, que estaban incorporados a la alianza por voluntad, o tras un encuentro bélico en el que perdían la batalla.

Pasaban a integrar la alianza conservando su autonomía, su gobierno, economía, lengua y cultura. Se les obligaba a pagar un tributo para el sostenimiento de la gran red comercial, legal, educativa, científica, tecnológica, guerrera, de la que obtenían beneficios. A cambio de ese impuesto, seguían siendo autosustentables.

En la cuenca, tenían como base fundamental los calpullis familiares, que se unían en los llamados icniuhyotl (que quiere decir hermandad), los cuales formaban pueblos.

Tenían la cultura del maíz. De igual manera, eran autosuficientes en la alimentación, pues en los calpullis producían maíz, frijol, calabaza, chile; además de sus propios fertilizantes y tenían una especialidad: artesanías, comercio, transporte a través de los lagos, siembra de flores, tomate, medicina tradicional, etcétera. Había un calpulli especializado en el gobierno; al interior, se elegía al tlahtoani.

El gobierno era regido por un Consejo o Tlahtocan, que elegía por mérito a dos funcionarios principales con distintos roles clave el Tlahtoani: vocero y representante al exterior y un Cihuacoatl, para asuntos internos y administrativos.

Tenían dualidades encabezando las instituciones: el gobierno, el ejército, la legislación, el mundo espiritual. Y eran dirigidos por el Tlahtocan. En el ejército, por ejemplo, había un tlacochcalcatl y un tlacatecatl; el primero encargado de las armas; y el segundo, de los guerreros.

En conjunto con Nezahualcóyotl, tlatoani de Texcoco, Moctezuma Ilhuilcamina promovió un doble sistema de acueductos, que abastecía agua tanto a Tenochtitlan como a comunidades de Texcoco.

Se extendía a lo largo de 12 kilómetros. La calzada México-Tacuba conectaba la capital con Tlacopan. Esto permitía la movilidad, comercio, e incluso apoyo militar durante los tiempos de sitio.

Las decisiones sobre guerra, diplomacia y administración de tributos se tomaban en conjunto dentro del ámbito de la alianza; subordinados al consejo o Tlahtocan y acuerdos entre altepetls o pueblos, donde se combinaba el trabajo agrícola con el urbano.

Para ampliar las alianzas, primero dialogaban en una, dos y, si era necesario, repetían la reunión hasta en tres ocasiones. El pueblo más fuerte le daba armas y alimentos al más débil para que no se dijese que no había equidad. Si no se ponían de acuerdo la batalla era al mes, en una fecha acordada por ambas partes, a la luz del día y sin comprometer a la población civil.

En los combates no se mataban, sólo tomaban prisioneros, los cuales eran integrados a su clan. No acostumbraban la traición: lo que pensaban, lo decían; lo que decían, lo hacían. La palabra valía.

Básicamente, se desarrollaban las relaciones comunitarias, como principio básico, el respeto hacia la naturaleza, al ser humano y a los otros pueblos. Cuando llegaban a enfrentarse y medir fuerzas su objetivo era ver quien prevalecía, pero sin destruir al adversario, y menos a la población. Incluso se respetaba al máximo los teocallis y edificaciones.

La guerra no era para destruir, y cuando llegaban a pactar la paz, era respetada. Cuando un pueblo vencía a otro y construía sus edificaciones en su espacio, lo hacía a un lado, sin destruir a la original, como hacían los invasores que edificaban encima de los espacios principales, véase cómo se está hundiendo la Catedral, porque se construyó encima del Hueyi Teocalli (Templo Mayor).

Afortunadamente, está en marcha un poderoso movimiento inspirado en los trabajos científicos de Ignacio Romero Vargas Iturbide, Eulalia Guzmán Barrón, Alfonso Quiroz Cuarón y sus 20 colaboradores.

Fue continuado por Miguel Ángel Mendoza Kuauhkoatl, Benjamín Laureano Luna. Y, en la actualidad, sigue, ahora en las manos de Edilberto Morales, Jorge Veraza Urtuzuástegui, Juan de la Torre, Abel Rodríguez, Perla Medina, Yesica Barragán y otros muchos. Dan en su lugar a nuestra entrañable gran civilización del Anáhuac y exhiben las falsedades del hispanismo neocolonial.

Tras siglos de eurocentrismo, es hora de conocer nuestro propio rostro, nuestro propio corazón; además de sentirnos orgullosos y dignos de la gran civilización original de la que provenimos.

Pablo Moctezuma Barragán*

*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social

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